Llamados a la Santidad
Demos comienzo a esta reflexión con las palabras de Pedro: «Ceñios los lomos de vuestro espíritu, sed sobrios, poned toda vuestra esperanza en la gracia q’ se os procurará mediante la Revelación de Jesucristo.
Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia, más bien, así como el q’ os ha llamado es Santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, por que Santo soy yo» (1Pe.1,13-17)
Pablo nos traza el ideal que debemos procurar vivir en el ejercicio de nuestro Sacerdocio Ministerial: » Como cooperadores suyos que somos no recibáis en vano la gracia de Dios. Nos presentamos en todo como Ministros deDios: con mucha constancia en tribulaciones, en fatigas, desvelos, ayunos; en pureza, ciencia, paciencia, bondad; en Espíritu Santo, en caridad sincera, en la palabra de verdad, en el poder de Dios». (2 Cor.6,1-8).
Pedro puede hablar con tanto énfasis de la santidad en toda la conducta por que recibió la plenitud del Espíritu Santo en Pentecostés (Hch.2,4) y porque sabía que ese Espíritu de Dios había sido derramado sobre toda carne (Hch.2,17) es el Santificador de la Iglesia y puede renovar a todo el que lo reciba y se abra a su acción divina.
Pablo llenó a cabalidad este programa de perfección como Ministro de Cristo porque desde su conversión oyó de Ananías estas palabras: «Me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino x donde venías, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo» (Hch.9,17)
He aquí nuestra gran necesidad, hermanos sacerdotes: llenarnos del Espíritu Santo, recibir su poder para poder ser siempre sus testigos y serlo en todas partes (ver Hch.1,8) y entregarnos sin reservas a su acción renovadora y santificadora.
Él nos ha traído aquí y esté es el don que quiere regalarnos en este encuentro. Vivimos un momento privilegiado del Espíritu, dijo Pablo VI (E.N. #75) y lo estamos viviendo en Roma y en estos días de gracia. Aquí el Señor nos dice en este Retiro: «Santificaos y sed santos, pues Yo soy Santo» ( Lev.11,44)
El Espíritu Santo nos ha traído aquí para regalarnos un encuentro especial con Cristo, el Señor de nuestras vidas. «Un encuentro personal, vivo; de ojos abiertos y corazón palpitante con el Resucitado» según las lapidarias palabras de S.S.Juan Pablo II en Sto. Domingo.
Se me ha señalado como tema para esta reflexión: «La sanación de las heridas de la vida», ya que las heridas que hemos heredado o que hemos recibido a lo largo de nuestra existencia dificultan nuestra vida cristiana y, por lo mismo, también nuestro crecimiento en la santidad.
Estas heridas nos llevan a cometer acciones y a tener actitudes pecaminosas que perjudican el ejemplo de santidad que como sacerdotes estamos especialmente obligados a dar a los demás.
Felizmente Cristo rompió las cadenas del pecado, de la enfermedad y de la muerte y puede curarnos de todas estas heridas y liberarnos para que podamos conseguir la bondad y la entrega total por amor al servicio de los demás.
Mi experiencia personal en el campo de la Renovación Espiritual (Carismática) a lo largo de tres lustros me ha permitido descubrir progresivamente, entre otros grandes beneficios y frutos, éste de la sanación interior que el Señor Jesús está efectuando en muchos corazones heridos.
La Pastoral Sacerdotal experimenta un gran cambio y se enriquece extraordinariamente cuando, por la acción renovadora del Espíritu Santo, empezamos a profundizar en estas dos grandes verdades:
a) Que Jesús es el Salvador de todo el hombre y de todos los hombres; y,
b) que «El es el mismo ayer, hoy y lo será siempre» (Heb.13,8).
Mientras vivamos, al menos en la práctica, con la idea de que a Jesús sólo le interesa una parte de nuestro ser y no tengamos la fuerza del Espíritu Santo que nos permita ser testigos de la resurrección de Jesús y de su constante acción en nosotros, por medio de su Espíritu, realizaremos un ministerio muy pobre y limitado.
Como Pastores del pueblo de Dios debemos estar convencidos de que la eficacia de nuestro ministerio dependerá fundamentalmente de nuestra santidad personal. Las palabras del Señor: «El que permanece en mí como yo en él, ese da muchos frutos porque separados de mí nada pueden hacer» (Jn.15,5), deben ser la primera norma de pastoral en todos los tiempos y para todos los sacerdotes.
Pero nos encontramos diariamente con el hecho de que a pesar de estar convencidos de esta verdad y del deseo sincero de conseguir la santidad no la alcanzamos por varias razones, una de las cuales es frecuentemente la falta de sanación interior.
Somos sacerdotes heridos profundamente en nuestro interior,y llenos de resentimientos que nos impiden experimentar el amor esponsal de Cristo y ser canales de ese amor para un mundo que tanto lo necesita.
Para que un corazón sacerdotal pueda recibir el amor del Espíritu y pueda comunicarlo a sus hermanos requiere recibir mediante un proceso de sanidad interior la desintoxicación del odio que ha ido acumulando.
Nuestra santidad es el fruto del amor del Espíritu y de su crecimiento en nosotros, pero para lograr esto se requiere tener un corazón sano.
También a los sacerdotes de este siglo, lo mismo que los primeros consagrados por Jesús, el miedo nos acosa frecuentemente y nos impide confiar más en su poder y en su amor y disfrutar con plena alegría interior de su presencia amorosa en nuestras vidas y en nuestro ministerio.
Es el miedo el que nos impide dar nuestro SI total a Cristo y decidirnos por la santidad que Él nos exige. Esta santidad no crece sino en un corazón sano y libre de temores infundados.
Muchos padecemos complejos de diversa índole que alejan más y más de nosotros el ideal de la sanidad y nos inmovilizano dificultan el seguimiento generoso del Señor que nos invita a estar con él y a caminar con él. En una palabra nos falta esa libertad interior que nos ha conseguido Cristo y que realiza en nosotros su Espíritu. «por que el Señor es espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (2 Cor.3,17)
Nuestra santidad empieza por la liberación del pecado y de todas aquellas ataduras que él ha dejado en nostros. Empieza con la sanación del pecado y de todas las heridas que él nos ha causado en nuestro interior.
El sacerdote americano John Powell S.J. describe en su libro «He Tuched Me» su experiencia de cuando recibió la gracia del encuentro personal con Jesús y empezó a crecer en oración y en unión con él.
«En los días siguientes-escribe-, empecé a orar con una intensidad nueva. Durante todo el día invitaba a Jesús para que entrase a todas las habitaciones de mi casa. Le dije que estaba listo a admitir mi bancarrota, mi impotencia para dirigir mi vida y para encontrar paz y gozo. Invité constantemente al Espíritu Santo para que derrumbase los muros y destruyese las barricadas que’ había levantado. Pedí a este Espíritu Santo que me librase del hábito de la rivalidad, de la insaciable hambre de buen éxito y de la necesidad de alabanza y adulación. Lo que sucedió casi inmediatamente, sólo puede compararse con una primavera. Fue como si hubiese salido de un largo y frío invierno. Mi corazón y mi alma habían sufrido todas las arideces, la oscuridad y la desnudez de la naturaleza en invierno. Ahora, en esta primavera del Espíritu, parecía que las venas de mi alma se deshelasen y que la sangre empezaba de nuevo a correr a través de mi alma. Empezaron a aparecer nuevo follaje y nueva hermosura en mi y en torno a mí. Fue como si hubiese unos anteojos nuevos para poder ver todo aquello que habia permanecido oscuro hasta entonces. Con la visión de la fe el mundo parece amable y maravilloso. Es el universo de Dios. Los demás ya no aparecen amenazantes. En verdad son mis hermanos y hermanas porque Dios es nuestro Padre y Jesús nuestro hermano» (pag 53)
Sin duda alguna nuestro salvador y liberador Jesús quiere en este retiro sacarnos del invierno en q’ue tal vez hemos estado sumidos y regalarnos una primavera espiritual que nos permita disfrutar en plenitud de su amor y abrirnos generosamente a la acción santificadora de su divino Espíritu.
El quiere sanar nuestro interior enfermo y nuestros corazones enfermos para que veamos la santidad como la gran meta de nuestra vida y como la constante exigencia de nuestro Sacerdocio Ministerial.
Frente a la innegable, pero desconocida realidad de nuestro mundo interior, enfermo que dificulta nuestra santidad personal y el logro mejor de un ministerio de santificación, nos encontramos con la maravillosa realidad de la sanidad interior que nos ofrece Jesús y que realiza en nosotros por su Espíritu cuando creemos en ella y la pedimos con humildad y con fe.
Jesús tomó este nombre porque vino para salvar al pueblo de sus pecados (Mt.1,21). Con razón el Bautista lo señalo con estas palabras: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»(Jn.1,29), y sabemos como con su sacrificio redentor nos compró y «su Sangre nos purificó de todo pecado» (1 Jn.1,7).
La liberación que realiza Jesús en los hombres es la del pecado y la de todas las secuelas que el pecado ha dejado en todo el ámbito de la persona humana.
En el capítulo 61 del libro de Isaías hallamos el pasaje que un día leerá Jesús en la Sinagoga de Nazareth, terminada la cual dirá: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acaban de oír» (Lc.4,21). «¡El Espíritu del Señor Yavé está sobre mí!. Sepan que Yavé me ha ungido. Me ha enviado con un buen mensaje para los humildes, para sanar los corazones heridos, para anunciar a los desterrados su liberación, y a los presos su vuelta a la luz. Para publicar un año feliz lleno de los favores de Yavé, y el día del desquite de nuestro Dios. Me envió para consolar a los que lloran y darles (a todos los afligidos de Sion) una corona en vez de ceniza, el aceite de los días alegres, en lugar de ropa de luto, cantos de felicidad, en vez de pesimismo» (Is.61,1-4).
Pudiéramos decir que éste es el texto clásico para mostrar la sanación de las heridas interiores que realiza el Señor. «Médico de almas y de cuerpos», como lo llama con razón la Liturgia de las Horas. El salmo 147 nos dice q’ el Señor: «Sana a los de roto corazón y venda sus heridas» (Sal.147,3)
Jesús el Buen Samaritano que vino al encuentro del hombre herido y despojado para compadecerse de él, curar las heridas de su cuerpo y de su espíritu y prodigarle ahora en su Iglesia todos los cuidados que requiere para conseguir su salvación integral (ver Lc.10,31s.).
S.S. Juan Pablo II en su Carta Apostólica Salvifici doloris nos ha descrito muy bien este amor redentor de Jesús: «En su actividad mesiánica en medio de Israel, Cristo se acercó incesantemente al mundo del sufrimiento humano. ‘Pasó haciendo el bien’; y este obrar suyo se dirigía, ante todo, a los enfermos y a quienes esperaban ayuda. Curaba a los enfermos, consolaba a los afligidos, alimentaba a los hambrientos, liberaba a los hombres de la sordera, de la ceguera, de la lepra, del demonio y de diversas disminuciones físicas: tres veces devolvió la vida a los muertos. Era sensible a todo sufrimiento humano, tanto del cuerpo como del alma» (n.16).
Conoce muy poco a Dios quien no a profundizado y no cree en su infinito amor al hombre. «Así amó Dios al mundo que le dió a su Hijo unigénito para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn.3,16). «Y conocer el amor de Cristo excede a todo conocimiento» (Ef.3,19) «y que nos ha amado y se entregó a si mismo por nosotros» (Gal.2,20).
No hay dolor humano que sea ajeno al amor redentor de Cristo. Él, como escribe San Mateo citando a Isaías: «Tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» (Mt.8,17). Solamente el amor sacerdotal de Cristo podía y puede llegar a todo el mundo enfermo de nuestras emociones para sanarlo y restaurarlo.
Y la razón de esto es muy clara. El pecado que es desamor, nos ha herido terriblemente en toda nuestra persona, y estas heridas solamente pueden ser curadas por el amor que abrasa el Corazón de Cristo. Sólo el amor sana lo que hirió el pecado.
Los sacerdotes podemos tener varios impedimentos qque no nos permiten abrirnos plenamente a la acción santificadora del Espíritu Santo.
Estos son principalmente: el odio o el resentimiento qque hemos ido acumulando desde el principio de nuestra existencia, el miedo, el complejo de inferioridad y el de culpa.
Mientras estemos enfermos interiormente por cualquiera de estas heridas o por varias de ellas no podremos abrirnos plenamente al amor de Dios qque realiza la santidad en nosotros.
San Pablo ha escrito con gran visión a los Efesios qque el Padre nos ha elegido en Cristo para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor (Ef.1,4)
Ahora bien, en el Evangelio, especialmente en san Juan, encontramos las manifestaciones de la acción sanadora de Cristo en estas áreas interiores.
Será muy benéfico para nosotros y para nuestra pastoral descubrir con la luz del Espíritu Santo la riqueza de sanación interior que encierra el ministerio de Jesús, tal como aparece en los evangelios.
Sanación del odio
Empecemos por la sanación del odio y de los resentimientos. El cap. 4 de San Juan nos describe la manera admirable como Jesús, a través de un diálogo de salvación como son todos los suyos, sana tan profundamente el odio racial de la samaritana, que esta termina dejando su cántaro a los pies de Jesús y corre a la ciudad para decir a la gente: <Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho> (Jn.4,29). «Muchos samaritanos creyeron en Jesús x las palabras de esta mujer’ (Jn.4,39)
Como cambiaría nuestro mundo, enfermo de odio, si nosotros los sacerdotes nos sanáramos interiormente en el encuentro amoroso con Cristo y enseñaramos a los demás a dialogar con él. Esa debe ser nuestra mejor pastoral.
Una pastoral de amor que nos sane y que sane a la humanidad que está cada día más enferma de odio y de sed de venganza. Y por que Jesús, sabe, mejor que nadie, que solamente el amor puede sanar interiormente nos impuso como una de las primeras exigencias del Reino «amar a los enemigos» (Mt.5,44) y puso como distintivo de sus discípulos: «Amensen los unos a los otros como Yo les he amado» (Jn.15,22). Y para que podamos cumplir su ley de amor nos da su Espíritu «que derrama el amor en nuestros corazones» (Rom.5,5).
En nuestra búsqueda de la santidad acerquémonos a Jesús para que nos desintoxique del odio,y sane las heridas que hemos recibido, con la efusión de su Espíritu de Amor, que cambie nuestro corazón de piedra por el de carne conforme a lo que ha prometido por medio del profeta Ezequiel (ver 36,36).
Sólo EL puede darnos ese corazón nuevo que tanto necesitamos.
Para empezar a renovarnos necesitamos estrenar corazón.
Sanación del miedo
Otro gran obstáculo para llegar a la santidad es el miedo que hemos ido acumulando y que llega hasta impedir nuestro acercamiento a Jesús y la apertura a su acción salvífica.
En el cántico de Zacarias encontramos estas palabras: «Recordando el juramento que juro a nuestro padre Abraham, de concedernos que libres de manos enemigas, podamos servirle sin temor en santidad y justicia» (Lc.1,73-75).
Con razón dedica Jesús gran parte de su ministerio salvífico a la liberación del miedo en sus distintas manifestaciones.
En el cap. 3, 1 de San Juan vemos como Nicodemo, el que busca a Jesús de noche por miedo a los judios, recibe una sanación tan radical que en el cap. 7 vemos como defiende a Jesús en pleno Sanedrin (v.50) y despues de la muerte del Señor, José de Arimatea (19,38) pide autorización a Pilatos para retirar el cuerpo de la cruz.
Y cuánto hace Jesús para quitar el miedo de sus Apóstoles. «Soy yo. No tengan miedo» (Jn.6,20), les dijo un día y lo mismo tiene que decirnos ahora y frecuentemente a sus sacerdotes. «No temas, pequeño rebaño, por que a vuestro Padre le ha parecido bien darles el Reino» (Lc.12,32), son las mismas palabras que hoy nos dice para alentarnos.»¿por que estan con tanto miedo? ¿Cómo no tienen fe?», tuvo que decirles un día cuando ellos atemorizados lo despiertan y le dicen: <Sálvanos, que perecemos> (Mt.8,25)
Antes de la pasión consuela y anima a sus apostoles con estas palabras:»Así también ustedes ahora sienten tristeza, pero yo los volveré a ver y su corazón se llenará de alegría, y nadie les podra arrebatar ese gozo» (Jn.16,22).
Y el día de su Resurrección, cuando se les aparece, Jesús lo primero que hace es sanar su miedo para que puedan disfrutar del gozo que el Resucitado va a comunicarles al llenarlos de su Espíritu.
Dos veces les dice: «La paz sea con vosotros» (Jn.20,19-21)
La preocupación que tiene hoy Jesús con nosotros, sus sacerdotes, es la misma.
Quiere sanar nuestros temores, desea regalarnos su paz, alejar el desaliento, tranquilizarnos cuando estamos despavoridos e inseguros…
En una palabra nos ofrece el amor de su corazón sacerdotal como el gran remedio para sanar nuestros temores infundados, ya que como escribió San Juan en su Primera Carta; «No hay temor en el amor; sino q’ el amor perfecto expulsa el temor, por que el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor» (1 Jn.4,18)
Sanación de los Complejos
Con frecuencia hallamos en los evangelios pasajes preciosos en los cuales aparece el amor compasivoy misericordioso del Señor que no solamente perdona el pecado, sino que tambien sana las heridas y complejos que ha dejado en las personas.
En el cap. 15 de San Lucas vemos la bondad infinita de nuestro Padre,rico y pródigo en misericordia, que no sólo perdona de corazón a su hijo sino que sana sus heridas al «correr, echarse a su cuello y besarlo efusivamente» (Lc.15, 20). Así sanado podría el hijo pródigo disfrutar de la fiesta de perdón amoroso que celebró enseguida su Padre (Lc.15, 23).
Con idéntica bondad sana la confusión de la adúltera a quien dice»»Tampoco yo te condeno. Vete y no peques más» (Jn.8, 11).
Y ese evangelio según San Juan, al que bien podemos llamar de la sanación interior, termina con la descripción de la liberación del complejo de culpa que realiza Jesús en la persona de Pedro.
Este Apóstol negó tres veces a su Maestro junto a la hoguera en la casa del Pontífice. Ya había sido perdonado cuando lloró amargamente su pecado, pero ahora recibe de su Señor la sanación del complejo de culpa cuando junto a otra hoguera tres veces puede decir a Cristo que lo ama, y que lo ama más que a los otros. Así perdonado y sanado, podrá cumplir su misión y como vicario apacentará las ovejas y los corderos del Buen Pastor (Jn.21, 15s.)
Este mismo San Pedro, qque conoció tan profundamente el poder sanador de Cristo, escribió en su Primera Carta: «Confiadle todas vuestras tribulaciones, pués él cuida de vosotros» (1 Pe.5, 7)
Hermanos sacerdotes: nuestras vidas cambian profunda y radicalmente cuando por acción del Divino Espíritu tenemos el encuentro personal con el Señor resucitado y nos entregamos con fe a su plena acción salvadora.
Lo que hizo ayer en este camppo de la sanidad interior, lo hace ahora en nosotros porque EL es el mismo y cumple la promesa de estar siempre con nosotros.
Si recibimos «el Espíritu de gracia y oración», que nos ha prometido el Padre por medio del Profeta Zacarías (12, 10), por él llegamos a ser hombres de oración, escogeremos la mejor parte como María y pasaremos mucho tiempo a los pies del Señor para escuchar su palabra (Lc. 10, 38). Él irá realizando un maravilloso proceso de sanación interior y nuestro corazón, sin heridas, podrá recibir todo el amor de su Espíritu para ser santos y ser canales de santidad para muchos.
Llevemos como el mejor regalo la promesa que un día el Señor hizo a Israel y que hoy, la repite a cada uno de nosotros: «He aquí que yo les aporto su alivio y su medicina. Los curaré y les descubriré una corona de paz y de seguridad» (Jr.33, 6)
Oración
¡Señor Jesús! Estamos delante de ti, nuestro Señor y Salvador con todas nuestras heridas interiores, pero con una gran fe en tu poder, en tu amor y en tu fideliadd.
Sabemos y creemos qque tú tomaste nuestras flaquezas y cargaste con nuestras enfermadades (Mt. 8, 17).
Somos los heridos qque hoy acudimos con confianza a tu amor de Buen Samaritano para qque tengas compasión de nosostros, vendes nuestras heridas y eches en ellas el vino y el aceite de tu amor qque todo lo sana.
Haz qque siempre te busquemos en la oración personal, litúrgica y comunitaria para qque en un diálogo amoroso contigo, avance siempre en nosotros el proceso de sanidad interior.
Pero qque sea principalmente en el sacramento de la reconciliación y en tu Eucaristía donde busquemos y hallemos esta sanación qquetanto necesitamos.
Que el amor de tu Espíritu sane todas las heridas qque, el desamor ha causado en nuestro interior.
Sana nuestros corazones rotos para que puedan abrirse con alegría a la acción santificadora de tu Espíritu. Y termino con la preciosa oración de San Columbano: «Señor, tú mismo eres esa fuente que hemos de anhelar cada vez más, aunque no cesemos de beber de ella. Cristo Señor, danos siempre esa agua, para que haya también en nosotros un surtidor de agua viva qque salta hasta la vida eterna. Es verdad qque pido grandes cosas, ¿quién lo puede ignorar?. Pero Tú eres el Rey de la Gloria, y sabes dar cosas excelentes y tus promesas son magníficas. No hay ser que te aventaje. Y te diste a nosotros; y te diste por nosotros. Por eso te pedimos qque vayamos ahondando en el conocimiento de lo qque tiene qque constituir nuestro amor. No pedimos que nos des cosa distintass de ti. Porque tú eres todo lo nuestro: nuestra vida, nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento, nuestra bebida, nuestro Dios. Infunde en nuestros corazones, Jesús querido, el soplo de tu Espíritu e inflama nuetras almas en tu amor, de modo qque cada uno de nosotros pueda decir con verdad: «Muéstrame al amado de mi alma, porque estoy herido de amor» Que no falten en mí esas heridas, Señor. Dichosa el alma que está así herida de amor. Esa va en busca de la fuente. Esa va a beber. Y, por más qque bebe, siempre tiene sed. Siempre sorbe con ansia, porque siempre bebe con sed. Y así siempre va buscando con amor, porque halla la salud en las mismas heridas. Que se digne dejar impresas en lo más íntimo de nuestras almas esas saludables heridas el compasivo y bienhechor médico de nuestras almas, nuestro Dios y Señor Jesucristo, qque es uno con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén»
Con la ayuda del Señor, sigo trabajando mi corazón y mente…. Un abrazo.
hola le comento , despues de indagar y averiguar, puedo llegar a la conclucion de que lo que soy entra en el sacerdocio de la santisima trinidad, el parrafo anterior concuerda esactamente con lo que en ocaciones me pasa, y si el je principal es la santidad.
Los habitos que tengo representan en cada uno a la trinidad y la ministracion que hago tambien se basa en lo mismo.
El saber esto me da paz, ya que si bien tengo un don y carisma ,el echo de no saber como llamarme en cuaestion de nomenclatura deja cierta incertidumbre, que a la larga trae dudas.y la gente ministrada tambien necesita saber identificarme al momento de llamarme.Un gusto conocerlo.
hasta otro momento.
paz de Dios nuestro Padre
claudio berthold
claus RUAH
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